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Pensamientos 1

No es la primera vez que camino sin rumbo por el pueblo, que mis pies casi se arrastran sobre el empedrado, sobre las baldosas todavía húmedas por la lluvia de la noche anterior. Llueve mucho aquí, casi siempre, pienso mientras me pongo otra de esas máscaras que uso cuando salgo a la calle, una que supuestamente hace referencia a mi cara o eso dicen.

Recuerdo que aquel verano también pensaba mucho en el tiempo, recuerdo cosas que no había recordado durante más de una década, recuerdo que he sido bastante imbécil, lo suficiente como para, después de tanto tiempo, no saber todavía quién soy ni lo que busco de mí mismo en este océano de ruido. Veo todas las calles, todas las posibilidades, todos sus recovecos o por lo menos los intuyo, pero no soy quien de aventurarme a caminar por ninguna, por eso me paro, me río y echo la mano al bolsillo para ver si alguien se ha acordado de mí en estas cuatro o cinco horas…, nadie, una notificación del banco y otra de una red social que ni me va ni me viene.

Suerte que hoy he quedado con amigos, quizá me salven durante un rato de volver a hablar conmigo mismo, seguramente este sea un buen día. Luego tomo la subida que me lleva hasta su casa, abro otra vez mi cabeza hacia ese mundo mágico en el que nadie es malo salvo yo y me fundo con la tranquilidad de una mañana de vacaciones, de esas en las que no tengo prisa y aún así parece como si estuviese esperando que todo sucediese a la velocidad de la luz.

«Tienes que disfrutar del momento y dejar de pensar en lo que pasará a largo plazo…», «…escribe un diario, verás cómo te ayuda…», aparecen consejos de la nada y se vuelven a ir por donde vinieron. Todos tienen razón, supongo, pero me cuesta dejar de pensar, me cuesta no buscar un final para cada historia, aunque quizá, después de todo lo que he aprendido (creo), los mejores finales sean los abiertos, esos en los que el personaje principal no sabe si vivirá o morirá, si se irá con esa chica o chico, si cogerá la moto, el coche o ese velero y lo dejará todo atrás…

 

 

Ahora estoy en otro pueblo, en otra parte de Galicia y miro el cielo, las palomas que vuelan sobre un prado verde y me pierdo contando las nubes. Tengo quince años o quizá treinta, me da lo mismo, solo quiero mirar el cielo y dejar de pensar en las calles de la mente, dejar que el cielo sea cielo, la nube sea nube y mis manos se pierdan contando sus soles y sus sombras.

 

 

«La vida es un gran chiste trágico, nada es broma y todo lo acaba siendo, salvo ella misma.»  Frases de Tazas, segunda edición.

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