El viejo

Otra vez las campanas,
doce veces entre la lluvia y el viento,
«campanas del infierno», murmura el viejo
y saca dos chapas de cerveza
y paga al camarero, con la única media
sonrisa que pudo encontrar, herida de glorias
pasadas.
Otra vez las campanas,
el viento, la lluvia y el violín
de un yate que se mece entre olas
de niebla, salitre de ensueños
en el cielo gris.
Saca dos chapas y se queda allí,
entre penumbra y luz de una farola del puerto,
entre gaviotas sonámbulas, charcos y un sinfín
de recuerdos degollados a la noche,
de salvajes, del taciturno andar
de un farero en paro.
Otra vez las campanas
y sus manos se vuelven nuevas
y escuchamos el mar embravecido,
un remolino de aire se lleva la ropa
roída por ratones, arañas o carcoma,
y se lleva los años como gotas,
las manos en alto y sus ojos brillan
y nosotros con él, brillamos,
brillamos en un canto de sirena ronca
y la ciudad renace, la oscuridad escapa
mientras el viejo duerme.