
Una muesca en un lado,
la pluma divorciada y el labio torcido,
una luna proyectada al extremo
y un acuario de cartas,
y herrumbre y carbón.
Muchas señales indican que pare,
que rompa las letras, que pliegue la fiebre
de sueños como lombrices en las raíces,
de encontrarme en el reflejo de unos labios
que deberían ser los tuyos,
aunque me leas dentro de mil años.
La pluma se posa en las arrugas
y salta como pez de anzuelo,
cosido a la infancia que vivimos,
al cristal en el que mis manos son vapor
y tus ojos un balcón, un ojal perdido
en los recuerdos que saltan
buscando tus redes,
tus acercamientos tibios.
Y herrumbre y carbón
que avivan las brasas
que brillan en tu frente
mientras te escribo,
te pienso, silencio,
sin cadenas.
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