Un camino dibujado a pulso

hacia la luna creciente.

Un saxofonista, un coche

bajo árboles de noche

que veo sin mirar.

 

Un cine medio vacío,

dos máscaras, alcohol,

barro, lluvia y al cuarto día

sol.

 

El hombre gris moribundo

encerrado en la esquina

más recóndita de mi prisión,

me mira entre claroscuros,

entre luces y sombras

que bailan en sueños,

en notas de canciones viejas,

en parpadeos fugaces

de viajes y sirenas sin mar.

 

Estamos en el acuario y el brillo

de tus ojos baila en mi habitación vacía…,

todavía no creo que puedas quererme

y aún así dejo a las manos perderse

entre pliegues de sombra, ropa y calor.

 

 


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