La Mujer del Lago
Cierro los ojos… Todavía soy capaz de oler la tierra mojada, de ver el cielo azul manchado con nubes dispersas y los árboles que descansan a la orilla del lago, en permanente vigilancia.
Recuerdo que había salido corriendo hasta aquel lugar, que el verano se moría lentamente con el paso de los fugaces días y que mi padre no se movía de la cama porque su cuerpo ya no se lo permitía.
Me senté en el suelo y escribí mil frases incomprensibles sobre un cuaderno desgastado, cientos de cosas que llegaban hasta mi cabeza desde algún lugar desconocido.
El sol aparecía intermitentemente entre las nubes, creando sobre el suelo un mosaico de luces y sombras, ayudado por las hojas de los árboles que se mecían con el viento, sobre mi cabeza.
Fue entonces cuando algo se movió entre los árboles, una figura que pude apreciar por el rabillo del ojo. Era una mujer que sonreía abiertamente, con ojos brillantes y piel clara.
– Hola, he estado observándote durante un rato. Pensé que era la única persona que conocía este lugar. Espero no haberte asustado.
– No te preocupes, no lo has hecho. La verdad es que es la primera vez que vengo aquí, pero todo esto me resulta familiar. Es relajante.
– Pues tendrías que verlo cuando se hace de noche, es como si todas las estrellas llenasen el fondo del lago.
La piel de su rostro tenía gotas de agua dispersas, y su pelo largo estaba húmedo, como si hubiese estado lloviendo.
Hablamos durante horas, sin que nuestros cuerpos se tocasen en ningún momento. Le conté casi toda mi vida en pocos minutos, y ella me contó cosas que casi no comprendía.
Al anochecer le dije que debía irme, pues mi padre debía de estar preocupado. Le prometí que volvería al día siguiente y ella asintió con una leve sonrisa.
No recuerdo con exactitud los días que repetí mi visita a aquel lugar, ni soy quién de describir mis sentimientos cuando la encontraba, siempre de repente, caminando entre los árboles. Simplemente recuerdo una sonrisa, un rostro, sus ojos…Imágenes que viven en mi interior desde que la conocí.
Un día se lo conté a mi padre, recuerdo que el aparato que le ayudaba a respirar emitía ruidos de vez en cuando. Sus ojos se iluminaron con mi historia, me hizo miles de preguntas que no supe responder y otras tantas que resolví con un simple movimiento de cabeza.
Al día siguiente ella me dio algo para él, para mi padre, yo no entendí para que quería un pañuelo azul, ni le pregunté por qué me lo daba, simplemente me limité a hacer lo que me pedía. Aquella misma noche le entregué la tela que ella me había dado, y todavía hoy no alcanzo a describir con exactitud la expresión de sus ojos.
Al comienzo del nuevo día no lo encontré, su cama estaba hecha y una foto descansaba sobre la almohada, solitaria en la inmensidad de la blanca colcha. Mi padre, con rostro adolescente sonreía desde la imagen congelada, y una mujer estaba sentada junto a él. Sus ojos eran los mismos, su piel era idéntica, su rostro era el de la joven a la que veía durante aquellas tardes de verano.
Corrí hacia el lago, con el corazón latiendo con fuerza en el pecho, invadido repentinamente por la preocupación y un millón de dudas. Cuando llegué a la orilla del lago los zapatos de mi padre descansaban juntos sobre la tierra. La palabra “gracias” estaba escrita en el barro, y al encontrarla las lágrimas brotaron desde mis ojos, mientras el viento silbaba entre los árboles de un lugar al que no volví hasta hace un par de días, porque a veces tenemos miedo de reencontrarnos con nuestro pasado, o quizá de encontrarnos a nosotros mismos.
Durante días le pregunté a la gente del pueblo si conocía a la joven de la fotografía, y no tardé demasiado en encontrar la respuesta, pues una vecina me contó que había muerto tiempo atrás, ahogada en un lago cercano, cuando mi padre y ella eran novios.
Esta extraña historia ocurrió hace años, y a pesar del irreversible cauce de acontecimientos que siguieron a este, en mi memoria sigue tan vivo como el momento presente. Y hoy te lo cuento a ti, después de haber vuelto a aquel lugar para rememorar en silencio todo lo ocurrido, con más interrogantes que respuestas, perdido en el recuerdo de la mujer del agua.