Memorias del Viento.
Su vida se escapaba sin que le diese tiempo siquiera a darse cuenta de que había vivido. Un día se sorprendió llorando por todas esas cosas que no llegaría a hacer, por todas esas cosas que quería cambiar de su pasado.
Un día recibes una noticia que lo cambia todo, una noticia que te despierta del letargo en el que te mantienes durante casi toda tu vida. Ella la recibió sentada sobre una silla blanca de una sala todavía más clara. Hoy la recuerdo, sonriendo nerviosa, intentando que todo pareciese normal, con su pelo oscuro cayendo sobre unos hombros pálidos, asustados a causa de la luz que entraba desde las ventanas.
Una palabra le hizo cambiar, le hizo despertar entre la multitud que caminaba hacia ningún lugar. Cada minuto contaba, cada segundo era un sabor diferente, y los sueños se multiplicaban combatiendo incesantes al tiempo que se esfumaba entre sus dedos.
Ya no recuerdo sus lágrimas, porque ella las cubría con estallidos de felicidad que hacían que el suelo desapareciese de nuestros pies. Ya no recuerdo las largas esperas ni las malas noticias, porque ella borraba todas y cada una de ellas.
Nos perdimos entre las calles laberínticas de una ciudad que ya no recuerdo donde se encuentra, caminamos durante horas, quizá durante días, descifrando con la palma de las manos el sentido de todo lo que conocíamos, descifrando nuestro paso fugaz sobre el mundo.
Y ahora, el mundo es oscuro y su alargada sombra no deja de sobrevolar el horizonte. La tonalidad y el brillo de aquellas tardes invernales se han desvanecido, los pájaros y las sonrisas han volado buscando un lugar mejor.
Hoy, sentado sobre un banco de un parque que ella quiso mostrarme, aspiro el aire de un invierno que se muere y rememoro cada momento, viajando a través del tiempo, compartiendo de nuevo cada instante creado al calor de su mirada. Porque así seguirá viva, dentro de mí, como ella dijo.