Delirios del Pasado
– Es eso justamente lo que no comprendo, que me hables cada noche cuando me acuesto y te pases todo el día sin dedicarme un solo gesto. El tiempo se diluye y todavía no te conozco, o simplemente no has querido que lo haga.
– No es eso.
– Ya, ¿Sabes? Todavía te busco entre la gente, todavía intento encontrarte en medio de esta enorme marea de caras similares.
– Pero no me encuentras, ni me encontrarás, lo sé, lo siento.
– Lo tengo claro, no creas que guardo esperanzas. Es algo involuntario, no puedo evitar hacerlo, es como si a todo le faltase una pieza importante, como si todos los sueños que habíamos creado no pudiesen volver… No sé si lo entiendes.
– Sí, lo entiendo.
Aquella cara no tenía color, ni siquiera se asemejaba ya a su rostro, inevitablemente todo se estaba volviendo borroso.
– Sé que lo entiendes, sé que te preocupas. Sólo quiero pedirte una cosa simple, algo sencillo.
– Pídeme lo que quieras.
– Abrázame durante esta noche, sólo eso, y después dejaré de llamarte.
Lo hizo, se sentó junto a él sobre el sofá. Sus ojos se cerraron mientras sentía el calor de su cuerpo junto al suyo.
El alcohol se había derramado sobre la mesa y el vaso de cristal se deslizó lentamente hasta el suelo, resquebrajándose, separándose en mil pedazos.
Un hombre dormía sobre un sofá vacío, un hombre soñaba en una ciudad perdida con alguien que ya no volvería, con alguien tan fugaz como importante, un soplo de vida en el interior de una gran cueva oscura.
“En ocasiones la esperanza es amiga, en ocasiones la esperanza asesina”