Luz entre las Nubes
La marea se lleva los restos de un sueño derramado sobre la arena, el viento, frío como todas aquellas noches solitarias, vuela a ras de suelo silbando entre cada rama de cada árbol caído.
Duerme, sueña mientras el mundo se despierta, activado repentinamente por los primeros rayos de sol en un amanecer anaranjado que ilumina el vientre de las nubes.
Duerme, ha vuelto a aparecer en el interior de aquella vieja estación, ha vuelto a mirar su reloj en un intento de ralentizar el paso del tiempo, en un intento de retroceder, de volver a recorrer un camino que ya no le pertenece.
Duerme, el tren ha pasado y no ha podido cogerlo, no ha querido porque el miedo ha sujetado sus pies sobre el suelo.
Sueña que su vida se pierde y los años caen sin parar, que los bares se suceden y la muerte llega tan rápido como la esperanza se fue, fugaz.
Despierta, envuelto en sudor, las vías del tren son una sombra borrosa a través de las ventanas cerradas, se viste con rapidez y prepara su equipaje en un abrir y cerrar de ojos, de todas formas nunca ha tenido demasiado entre aquellas cuatro paredes.
Sale al exterior y no siente el frío de la calle, no mira las nubes que se despiertan amenazadoras sobre el sol, ni siquiera se percata de que su reloj se ha quedado sobre la mesilla de noche, moviendo sus agujas sin parar.
El tren pasa, de nuevo, pero no importa, habrá más después de ese. Los lugares no escapan, esperan pacientemente a que el observador los vuelva a recorrer, a veces cambian y otras veces se congelan durante años.
Abre la carta que golpeaba su pecho en el interior del bolsillo de su chaqueta. Hace una semana que la tiene y nunca se decidió a responderla, porque a veces la mejor respuesta nace sin palabras, se crea con acciones que marcan un antes y un después, puntos precisos en la escala temporal de nuestra vida que nos convierten en lo que somos al final de nuestro viaje.