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Dinero, Lágrimas y Muerte



Escucho el estruendo de las bombas cayendo a lo lejos, escucho, miro y siento miles de llantos lastimeros tronando al unísono, y con todo ello mi corazón se quiebra en mil pedazos al saber que todos somos partícipes de esta horrible realidad.

A lo largo de las semanas he visto dolor en caras infantiles, dolor en miles de rostros, de nuestro bando y del contrario. Porque cuando estás dentro de una guerra la frontera entre propio y extraño se acorta de tal forma que parece casi invisible.

Solo quedamos tres, perdidos en esta ciudad asolada, tres almas abatidas por el cansancio, el hambre y la soledad. Apenas hablamos, apenas nos miramos, somos tres desconocidos unidos por el desalmado azar.

Conseguimos escapar de la matanza milagrosamente, la hierba cubrió nuestros cuerpos cuando nos echamos al suelo y comenzamos a reptar a través de la maleza, los cadáveres caían, las plegarias se sucedían mientras avanzábamos, nosotros no fuimos abatidos pero una parte de cada uno se murió después de aquello, después de cada disparo, de cada gota de sangre, de cada lágrima. Una bala perdida me perforó la pierna derecha y tuve que ahogar un grito de dolor que habría alertado a los soldados que nos disparaban sin compasión, como nosotros habríamos hecho, simples marionetas acatando órdenes absurdas.

Todavía puedo escuchar los gritos, que resuenan en mi cabeza como si todavía estuviese allí, viendo los cadáveres de los hombres y mujeres que caminaron a nuestro lado hasta aquel momento.

Es ahora cuando las palabras de aquellos que nos miran desde arriba me producen una mayor repulsión, nos hablan de “libertad”, de “democracia”, de luchar por nuestro país, por una bandera… ¿Donde están ellos ahora? En algún lugar, bebiendo champán, brindando por nuestra ignorancia, brindando por la riqueza que conseguirán a partir de esta farsa.

Te escribo todo esto porque no se cuanto más podré aguantar, la herida de mi pierna no deja de sangrar y con ella mi vida comienza a apagarse poco a poco.

A noche escuchamos ladridos de perros y vislumbramos luces de focos a lo lejos, por alguna razón saben que estamos por aquí. No dormimos ni un solo minuto, no podemos, nuestros ojos permanecen abiertos y nuestros oídos atentos a lo que pueda suceder.

Por todo ello esta noche intentaremos escapar, según nuestros cálculos el puerto está a pocos kilómetros y quizá tengamos suerte. Por si algo sale mal, les he hecho prometer que te harán llegar esta carta, a casa, a ese hogar que estoy casi seguro de que no podré volver a mirar.

No paro de pensar en nuestra vida, en nuestro primer beso, en nuestro primer paseo en bicicleta a la orilla del río, con el murmullo de sus aguas acunando un momento inolvidable.

Quiero que sepas que la muerte no borrará tu recuerdo, necesito decirte lo que has sido para mí, una vez más, mil veces más, porque siempre lo serás todo, la razón por la que respiro.

Pase lo que pase mi último pensamiento estará dedicado a ti, imaginaré nuestro futuro mil y una veces, como hago ahora, buscaré un final feliz para nuestra historia, apartada de guerras injustas y asesinos cobardes. Pase lo que pase quiero que seas feliz, que saborees la vida como si cada segundo fuese indispensable, como si cada instante fuese un regalo.

Ahora escucho disparos en la niebla, gritos que se difuminan en un eco ahogado que recorre edificios derrumbados, es la voz de la muerte, que nos llama, que nos busca, que quiere arrastrarnos hacia el corazón de las tinieblas…

Enviar a Castle Combe, número 22,  Inglaterra.

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