Heridas y Cicatrices
«Somos un millón de cosas, de personas, de objetos… Todos ellos encerrados en nuestro cuerpo»
Las ramas de los árboles crujen por encima de su cabeza y rozan el cielo con sus extrañas hojas. Un riachuelo corre incansable en algún lugar cercano, el canto de los pájaros es un simple eco lejano que llega hasta sus oídos.
Conoce aquel lugar, o al menos en su memoria cree encontrar un retazo borroso de un instante pasado que no se digna a desaparecer.
Llega hasta el riachuelo que había escuchado anteriormente y observa el sol, cuyos rayos luchan por llegar al suelo atravesando hojas y ramas.
Una mujer está sentada en la orilla y curiosamente cree conocerla, a pesar de que no sabría decir a ciencia cierta de quien se trata.
Decide sentarse a su lado y mirar su rostro, esa mirada que parece absorber cada fotón de luz, que parece guardar bajo llave todos los secretos y toda la luz del universo.
Ninguno de los dos habla, ninguno de los dos se mueve, el viento mece las hojas que caen desde los árboles y las arrastra lejos, haciendo que floten sobre el suelo, despacio. Sus manos se juntan, sus ojos se cruzan, y sus exhalaciones son lo único que parece oírse en todo el bosque.
Sus nietos corren ahora sobre la arena del río, en el mismo lugar donde sus corazones se entrelazaron, en el mismo punto donde se creó un recuerdo único. Su mujer les acompaña de cerca, mientras él no mira a nadie… Solo, él solo junto a sus recuerdos.
Nadie sabe qué le ocurre, aunque con el tiempo se han acostumbrado a verlo así, taciturno, con ensoñaciones, imaginando o recordando cosas que nadie sabe, y que solo él guarda en su interior.
Aquella misma noche se va, en silencio, sin decir nada. Aquella misma noche todo desaparece, un mundo se diluye dentro de otro…
“En ocasiones no vivimos, en ocasiones dejamos que el tiempo corra al creer que todo lo cura… Pero no es cierto, hay heridas que jamás cicatrizan, aunque pasen días, meses, años…”