Me han atrapado,

envuelto en niebla y telas finas.

Arrastrado al fuego, devorado,

clamando penas.

 

Me han llamado

los demonios de nuevo.

Han asaltado la burbuja,

quemado las almenas,

las cuatro que rodeaban,

horadadas, tu nombre.

 

Me han atrapado, solo, 

con el escudo roto y dos monedas

que robé cuando dije

que no te perdería,

que lo dejaría todo,

que atravesaría ese páramo,

ese desierto y aquella ciudad.

 

Ahora veo sus ojos, 

sus rostros pálidos flanqueando la noche,

sus espadas de luna reflejada,

sus garras y sus dientes rechinantes.

 

Ahora elevo la vida

como única pertenencia

y bebo de una copa vacía

que el camarero se ha negado,

una vez más, a rellenar.


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