Al llegar las siete

En la laguna todo es silencio,
todo brillos en la superficie,
chispazos de luces y destellos de barcos,
de gente que va y viene
desapareciendo bajo la luna.
Algún pez da un coletazo,
salta varios palmos
por encima del cristal
y altera el crepúsculo,
y provoca un eco que resbala
entre árboles y raíces
que se elevan sobre el agua.
Un búho sobrevuela los árboles
circundantes de vida silenciosa;
aledaños de barro, piedra y sueño,
suculentos chopos ennegrecidos
y el viento tácito
acunando barcas y mosquitos.
Cae un saco,
las garzas despiertan,
el búho canta y se encierran
ladridos en la mediana
luz del este.
Cae un saco
de carne húmeda
y llanto profundo,
de balbuceos rotos,
de quejidos que cortan
el tiempo invisible.
Las sanguijuelas,
los cangrejos, las babosas,
los caracoles, los gusanos,
las lombrices huidizas…
Comen y muerden,
suspiran y emergen
entre la niebla altiva,
entre el barro y la muerte,
que ha llegado
cruda y tibia
al llegar las siete.