
Estoy en la lluvia,
en los chispazos de agua en tu ventana,
en el aire que suspira por el aire que exhalas,
en el lado oculto, la cara en sombra de tu luna.
Estoy en ese volar de arena
en una noche de playa, en ese horizonte
que dibujamos frente al abismo, en esa cresta
de ola que tu ira transforma
en sonrisa de Caronte.
Estoy, sí, en cada lugar al que fuimos,
juntos de la mano o separados como antagonistas,
en ese baile de máscaras, en ese conducir interminable,
en esa comida y esa licencia
concedida a medias.
Estoy;
hoy, mañana y siempre,
buscando tu nombre en mi coche,
intentando borrarte sin poder, o quizá sin querer
poder permitírmelo.
Hoy, mañana y algún día
abrirme en canal y sacar ese corazón de espina
que he buscado vaciar de tu luz,
ahora sombra, cortina de bruma.
Estoy;
en la valentía de no olvidar,
en seguir flotando en mi océano de recuerdos,
en crear con rebeldía infantil un sinfín de otros nuevos,
en inventar, transcribir, decidir cortar en tiras el telón
salir a la palestra y gritar tu nombre, el mío y el de todos
los que me han dado la espalda, girando en amistades
esculpidas en esparto, lanzadas a la hoguera
de mis múltiples mitades.
Estoy, amor infinito, en esa calavera,
en ese muelle apartado donde colaste un «te quiero»
que desapareció volando entre los cuervos.
En esas baterías abandonadas, en ese acuario baldío
y esa noche en la que todavía espero
que aparezcas de súbito con una rosa degollada.
Moría por ti y todavía muero
cuando sueño contigo.
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