El ángel caído de ningún sueño.

Existe un escalofrío palpable,
un sonido tintineante,
que me envuelve en la noche,
que se divierte sobre mis ojos.
Busco el calor de los destellos,
de la luz de ahí arriba.
Tan distante como el «nosotros»,
tan fugaz como la vida,
como el aliento adolescente.
Tengo una historia en los dedos,
de estrellas fugaces repitiéndose,
de manos unidas en el desierto.
Tengo una historia congelada,
que desde el frío de la memoria
susurra sus compases,
en alguna parte de mi espalda.
Y quiero alcanzarla,
saborear sus colores
y desentrañar sus versos.
Quiero ser el que nunca fui,
el que nunca seré.
Quiero ser el de los finales felices,
el que no piensa en sombras,
el que se deja llevar.
Quiero ser el de los ojos azules,
el estúpido que sonríe en las películas grises.
Quiero ser y no puedo,
rondando los presagios del pasado,
como un vagabundo sin ropa.
En esa ciudad lejana
de ese punto indefinido del universo,
cuyas calles aún respiran tu figura,
aún exhalan tu voz, tu piel mojada,
tu luna bajo las nubes.
Quiero ser,
como han querido tantos,
el que ponga la guinda al pastel
o el comieron perdices.
Quiero ser el tiempo,
sin finales ni principios,
sin recuerdos o imposibles.
Quiero ser y no puedo,
el ángel caído de ningún sueño.