A Serxio

Estamos los dos en la bolera
hablando a espaldas de ella
y hay un coro de gente
diciendo cosas que no recuerdo.
Estamos también en la piscina
y me preguntas si puedo
dejar de mirarla en algún momento,
pero sabes que no y nos reímos
y no paramos de reír.
En la pista de hielo volvemos con lo mismo,
otra vez, nuestro tema favorito, nuestro dilema,
nuestra lucha estúpida primigenia,
nuestra unión en aquella isla desierta,
ella y mil veces ella.
No puedo evitar recordarte, no puedo sacarte
de aquel viaje interminable, de aquellos bocadillos
de pepino rancio, de mantequilla y frases de asco,
de hablar de sobrevivir al “hambre”
en un Solihull adolescente.
No puedo evitar el arrepentimiento de haberte apartado,
de haber obviado que eras uno de los importantes,
de las luces sobre la sombra, uno de los faros,
de mis guardianes invencibles.
Y hubo autobuses, un zoo, un parque de atracciones,
una manifestación, también un sex shop, un puerto de Vigo,
varias noches y un sinfín de cosas absurdas,
y un montón de días pensando en hablarte,
un montón que ahora se amontona, cogiendo polvo.
Y ahora sé que no podré hilar todas mis historias
contigo, saltar de una a otra y vernos los tres,
y reírnos, y que me digas que tendría
que haber saltado antes, que tú ya sabías
cuál era mi lugar en la historia que me contaste.
He llegado tarde y eso jamás podré enmendarlo pero quiero que sepas que te echaré siempre de menos, querido amigo. Que ahora tengo un hueco que jamás podré llenar.
Dedicado a Serxio Fernández Fidalgo. Seguimos en aquella isla desierta llamada Inglaterra, los tres juntos, otra vez.